Esta vez fue en el bus. En un bus atestado de gente que volvía de la playa, lleno hasta arriba. De pie casi colgada de la barra y encajada sobre el respaldo de plástico de un asiento, a duras penas logro sacar de la bolsa un ticket de la compra y un boli y, entre bache y bache, apuntar en zigzag los restos de la imagen que durante un segundo se había aparecido en su cabeza. No la quería dejar escapar de nuevo.
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