viernes, 22 de octubre de 2010



lágrimas
Las veo dispuestas rodar por las mejillas,
en grupos de tres, a media cocción, revueltas,
enumerarse primero por heridas,
para dejarse caer de reverso,
con las palmas y juntas las rodillas.
Desde la cumbre vienen desliándose,
amaneciendo en las esquinas,
en las bocas de los sueños,
a plena luz, horizontales, invertidas,
en los recodos vulgares vulgares, azucaradas, debiluchas,
juiciosas, empujonas, rellenas, engreídas.
Zurdas y diestras,
atajos y destrezas.
Se despegan de los bordes,
de la comisura del recuerdo.
Rastrean el ayer, la malgama del silencio.
Resbalan sin remos, de algún abismo intermedio,
salpicando besos, migas, cruces, pelusas y pecas,
el rastro de originales quejas.
Las reanimo soplándolas, atándolas,
relevándolas,
cubriéndoles los codos, las brasas y los pechos.
Estrechas, escasas,
a medio estirón o alteradas cineastas,
en la boca se ahogan la llama de las diestras
si es que antes el viento no endurece la estela de su huella.
Del otoño vienen las zurdas,
abundantes, abultadas, ovaladas,
transportando el irremediable destino de morir en los mosaicos,
en las botas, boca abajo,
entreveradas en los puños, sobre la mesa, en otros brazos.
Abonadas en pañuelos o colgadas de los sacos,
mudándonos las penas, los hábitos, la arena,
las sales del olvido
otro rencor, otro amor, otra lágrima.

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